sábado, 16 de enero de 2010

en cabina 24 / 9 / 03



en el avión, fila anterior a la mía, dos hombres jóvenes mantienen una conversación monótona, salpicada de expresiones técnicas. un discurso poco comprensible que sin embargo traduzco mentalmente enseguida. discurso hueco que me resulta cercano. implementación y desarrollo de estrategias de electrificación rural. gestión avanzada de recursos regionales. uno de ellos -camisa y pantalón oscuro, piercing en el lóbulo de la oreja- juguetea con dos disquettes amarillos donde se guarda el misterio. el otro -marcado acento rosellonés-, es un martillo pilón que retumba sin tregua en la cabina. parece educado, pero es cargante. como no soy capaz de aislarme, sigo enchufado a la conversación sin darme cuenta, hasta que uno de ellos saca el portátil de la cartera y se lo deja a su compañero. el ruido del teclado corta en seco el diálogo.



y una sorpresa: como el espacio entre los asientos me deja ver la pantalla de su ordenador, adivino imágenes de un barrio y una ciudad que reconozco, su logotipo. me persigue momentáneamente el mundo municipal en busca del arca perdida de los fondos estructurales. por eso viajan a bruselas.


me doy cuenta ahora que me molesta esa forma de hablar, la lengua vacía, repetitiva, sin contraste. aunque no es para tanto. al fin y al cabo me he ganado la vida hablando muy parecido durante años. y no ha resultado mal.


desde la ventanilla, espacios recortados con tiralíneas, población densamente ordenada, campos geométricos y construcciones articuladas como en una maqueta. bajo esa apariencia de alfombra verde mullida atraviesan los ríos subterráneos de agua sucia y deshechos.

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